Queridos diocesanos:
Una vez más, en el tercer domingo de octubre, celebramos el
día del Domund, la Jornada Mundial de las Misiones. Es la gran Jornada
misionera de nuestra Iglesia, que nos invita a mirar largo, a abrir las manos y
el corazón, a movilizarnos exterior e interiormente, porque el Domund nos
recuerda que todos somos misioneros. El cristiano, a la vez que agradece el don
de la fe, ha de sentirse estimulado a compartirla, como se comparte una alegría
que no puede callarse. En Jesucristo, Dios se ha hecho Palabra, Luz y Vida para
todos los hombres. Por eso, su Palabra ha de seguir resonando en el mundo.
El Domund, pues, nos invita a todos los bautizados a vivir
la dimensión universal de la fe y el compromiso de la caridad con los más
pobres; suscita una corriente fraterna y solidaria de ayuda a los misioneros y
misioneras para que sigan realizando sus admirable labor de evangelización y
promoción allí donde han sido enviados.
La misión no es una obra meramente filantrópica y social,
fruto de una sensibilidad solidaria o de unos buenos sentimientos. Arranca de
las entrañas del Dios que es amor y quiere hacernos partícipes de su amor. Un
amor que se nos ha revelado y nos ha sido dado en Jesús para dar vida al mundo:
“En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que envió al mundo a su
Hijo único para que vivamos por medio de él “(1 Jn 4,9). Sabe la Iglesia que el
mejor tesoro que puede ofrecer a los hombres de nuestro tiempo es Jesucristo,
su mensaje, sus promesas, su salvación.
El mismo Jesús, que fue el primer misionero, confió a los
discípulos, después de su resurrección, el encargo de difundir el anuncio de
este amor a todos los pueblos con la fuerza y el ardor del Espíritu Santo: “Como
el Padre me envió, así os envío yo. Recibid el Espíritu Santo” (Jn 21,21-22). Son
palabras que tendrían que volver a resonar en este domingo del Domund con
acento personal en el corazón de cada diocesano.
Muchos hombres tienen hambre de pan y, también, hambre de
Dios. Aunque la misión de la Iglesia es de orden religioso y transcendente, es
también para este mundo “fuerza de justicia, de paz, de verdadera libertad y de
respeto a la dignidad de cada hombre” (Benedicto XVI ). Quienes hemos tenido la
oportunidad de visitar a nuestros misioneros, hemos constatado con gozo que
allí donde llega un misionero no sólo surge una comunidad cristiana, sino que
con ella brota un impulso profundamente eficaz de promoción y desarrollo de las
personas.
El lema de Domund de este año, “Sal de tu Tierra“, es la
Palabra que escuchó Abraham hace muchos siglos. La obediencia a aquella
Palabra, que venía de Dios, le convirtió en portador de una promesa de vida
para toda la humanidad.
Aquella vieja Palabra sigue conservando toda su novedad. Por
eso, este año se ha hecho, en labios del Papa Francisco, invitación a salir de
nosotros mismos, de nuestras comodidades, de nuestros miedos y complejos para
que, como discípulos y misioneros, pongamos al servicio de los demás nuestra
fe, nuestra creatividad y nuestra generosidad.
“Sal de tu tierra” evoca la experiencia de miles de misioneros
y misioneras que lo han hecho realidad en sus vidas. Ellos sí que son Iglesia
en salida a las periferias de nuestro mundo, como nos pide el Papa Francisco
con tanta insistencia. Cuando en nuestra Diócesis de Albacete estamos a punto
de inaugurar nuestra misión diocesana, nuestros misioneros nos enseñan de
manera práctica el arte de ser discípulos y misioneros.
En el cartel del Domund, tan sencillo como expresivo,
encontramos huellas de distintos colores. Son las huellas que dejan marcadas con
el signo de la cruz, del amor entregado, los misioneros en los distintos
continentes, en medio de la diversidad de razas y culturas.
Os invito a recordar con gratitud, en esta Jornada, a los
misioneros de nuestra Diócesis de Albacete, a todos los misioneros. Hace años,
comentaba un brillante articulista, frente a algunos escándalos sórdidos y siempre
lamentables, alardeados con profusión en los medios de comunicación, que si los
periódicos dedicasen la misma atención a la epopeya anónima y cotidiana de los
misioneros no habría papel suficiente en el mundo.
Oremos y ayudemos, hoy y siempre, a los misioneros. Es una
buena manera de sentirse misioneros. Aunque no todos estemos en la vanguardia
de los frentes de la misión, todos podemos secundar el mandato de Cristo a
todos dirigido y que a todos nos concierne. La solicitud por los misioneros y
por las misiones de allá, rejuvenece a nuestra Iglesia, la vigoriza y la
renueva en su impulso evangelizador acá.
Con mi afecto y bendición
+Ciriaco Benavente Mateos
Obispo de Albacete